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¿De qué hablamos cuando hablamos de vino?

Hablamos de una larga historia; de muchas y diversas culturas, unas vecinas, otras separadas por océanos, pero todas ellas con un profundo vínculo común; hablamos de paisajes y territorios, de climas y estaciones; hablamos de variedades de uva y de procedimientos, de nuevas técnicas en constante evolución y de otras tradicionales felizmente recuperadas; hablamos de trabajo y esfuerzo en los bancales y en las viñas, del frío de la tierra durante las madrugadas invernales y del sol inclemente cuando se acerca la vendimia; del gusto y adecuación al paladar y de su combinación gastronómica; hablamos de su importancia como sector económico, y de las expresiones de la lengua, de los ritos y celebraciones que giran alrededor del vino; también de la arquitectura de sus bodegas y de su fructífera relación con el diseño, el arte y la literatura, la
música y el cine; y, sobre todo, hablamos del inigualable disfrute de su
degustación en compañía.
Hablar y leer de vinos propicia una conversación, un diálogo de altura en
el que uno aporta pero también recibe saberes variados. Si tal conversación se
establece con un viticultor, un enólogo o un bodeguero, prestémosles oídos.
Las últimas tendencias sobre variedades, regiones o gustos se entreveran
entonces con unos conocimientos sólidos, ancestrales, proporcionados por la
dedicación diaria al cultivo de la vid o a la elaboración del vino. A la
vitivinicultura se le debe, entre otras muchas cosas, la conservación tenaz de
los espacios y entornos que hacen posible, cada año, el fruto que habrá de
vendimiarse y transformarse hasta alcanzar su momento óptimo de consumo.
Las gentes del vino vendrían a ser los garantes de unos paisajes, a la vez
naturales y profundamente humanizados, que constituyen signo y huella de
nuestra propia identidad como civilización.

«El vino es la cosa más civilizada del mundo», dijo un célebre escritor
estadounidense, personaje vital, en ocasiones desmedido, poseedor de una
pluma directa y precisa de la que salieron algunas de las crónicas
periodísticas, relatos y novelas más memorables del siglo xx. Nos referimos —
lo habrán adivinado— a Ernest Hemingway, quien además de gran amante
del vino y buen conocedor de las tierras en las que se produce, supo
condensar en tan pocas palabras la condición del vino como feliz resultado de
la intervención del hombre en la tierra. La cita viene al caso de la obra que
tiene entre sus manos porque en ella pretendemos acercarnos al vino en sus
múltiples facetas, unas prácticas y relativas a su elaboración, clasificación y
degustación, y otras más teóricas sobre el pasado, presente y futuro o sobre la
cultura del vino, para conformar, con todas ellas, una visión lo más completa
posible del apasionante «mundo del vino».

Los editores de LMV.